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Al principio, la mujer recibía a menudo carta del marido. Ella también le escribía y le enviaba las cosas que él le pedía: que si tabaco, que si una manta, una cantimplora o unas alpargatas.
Roser sufría para su marido. ¿Pasaría hambre? ¿Frío? A medida que pasaba el tiempo, sin embargo, tenía más presente el miedo a la muerte. Aunque Miquel no quería preocuparla, en sus cartas se intuía que la guerra, aquel verano de 1938, era cada vez más cruenta.