No tenía miedo de nada ni de nadie, pero sí de una niña, una mujercita capaz de llorar con esa tristeza y de mirarlo con aquella intensidad. También temía que podía afectarla lo que había pasado. si al día siguiente no volvía con la carta que el había prometido, Elsi crecería pensando que su muñeca la había abandonado. La esperanza de una niña dependía de él. Una esperanza sagrada.